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8/9/08

Calidad 1: Historia

Hoy el tema es responder una pregunta que más de uno me ha hecho. ¿Eso de la calidad en lo que trabajas qué es? Lo mejor para responderlo es reconstruir su historia y así entenderlo desde el principio.

Según parece, siendo un poco tiquismiquis, podemos remontarnos a la época de los faraones para vislumbrar los orígenes de la calidad. Hacer algo con calidad es hacerlo siguiendo unas instrucciones que aseguren que lo que ofreces como producto terminado es lo que se esperaba de él, satisface al cliente o funciona mejor que otros. Aunque es algo difícil de definir sin entrar en valoraciones subjetivas. Por calidad, entendamos que es hacer las cosas con esmero para que salgan bien.

¿Y qué hacían en el antiguo Egipto que requiriese de un trabajo esmerado? A parte de enormes pirámides y gatos de piedra de dimensiones apreciables, embalsamaban muertos. Y claro, si quieres que un cuerpo dure una eternidad tienes que hacerlo extremadamente bien. Así, unos cuantos lumbreras con sombra de ojos se curraron "El libro de los muertos", en el que daban instrucciones precisas sobre cómo hacer un correcto embalsamamiento funerario. Aunque la verdad yo no sé cómo se entendían escribiendo con dibujitos: ¿3 pájaros 4 palmeras y un gato significa "sácale el cerebro por la nariz" o era "rellénalo como un pavo"? Ellos sabrían. El caso es que se considera que allí nació esto de la calidad.

Tiempo después, con independencia de los egipcios (o no, yo no estaba alli) en China tuvieron también la idea de dar unas instrucciones precisas sobre cómo hacer las cosas. Tal es el caso del Ejército de Terracota (7000 figuras de guerreros que conoceréis gracias a esa máquina de darnos cultura que es Hollywood, con su infame película la Momia 3...). Imaginaos que para un número tal de figuras se tuvo que emplear a un considerable número de artesanos. La mejor forma de que todas salieran a pedir de boca pasaba por dar las mismas instrucciones a todos ellos. Asimismo, cada figura era firmada por el artesano que la construyó para que, si no se mantenía en pie o no tenían el aspecto adecuado, poder localizarlo y darle candela.

Unos añillos después, en el seno de las gremios de artesanos del siglo XIII, decidieron de nuevo acudir a las instrucciones precisas sobre "cómo hacer" para asegurarse que lo que daban a sus clientes cumplía con lo esperado. Así, nacieron instrucciones escritas y consensuadas que aseguraban que todos los productos ofrecidos por artesanos de un mismo gremio tendrían unas características similares que fueran del agrado del comprador avezado.

Y fue otro puñado de años más tarde, con la revolución industrial y más en concreto a primeros del siglo XX cuando esto de la calidad y el control del producto fabricado tomó una importancia abismal. Ahora los productos no eran fabricados por las manos de un esmerado artesano concienciado en su trabajo, sino que eran fabricados por destartaladas máquinas movidas por vapor (y más tarde por electricidad) y por manos malpagadas en jornadas de trabajo de 14 horas. Y claro, la posibilidad de fallo se multiplicó enormemente.

En este contexto, un lumbreras llamado Frederick Taylor tuvo la genial idea de poner la planificación del trabajo en manos de ingenieros industriales, en lugar de dejarla en manos de trabajadores explotados y capataces con látigos. Así nació la figura del inspector de control de calidad.

A partir de ahí la innovación en este campo no se detuvo. Los fabricantes de coches se convirtieron en pioneros en esto del control de calidad, movidos seguramente por la dualidad automóvil-estirar la pata que observaron en aquellos valientes que se atrevían a conducir una tartana con motor de vespino y cuatro ruedas de bici.

Se crearon diferentes organismos ASQC, QCRG, etc. todos destinados a lo mismo: dotar a las empresas de unas herramientas y técnicas capaces de asegurar que el producto sea conforme con lo esperado. La Segunda Guerra mundial aceleró el campo de la tecnología de la calidad, ya que a ningún ejército le interesa un rifle que explote en las manos o un tanque al que se le queme la junta culata antes de pisotear al enemigo.

Fue después de esta nefasta guerra, enfrentado medio planeta a una reconstrucción casi desde cero, cuando lo de la calidad tuvo su verdadero auge. Japón, un país derrotado y consumido en su esencia, no tuvo más remedio que aceptar la ayuda del diablo Yankee en su camino hacia la reconstrucción. Edwards Deming, estadístico americano poco querido en su país de origen dio el salto al charco (Pacífico) y convenció a los japoneses, con poca autoestima en ese momento, de que la calidad de sus productos podía convertirse en todo en referente. Y vaya si lo consiguió. El país experimentó un auge sin precedentes, que lo convirtió en la potencia que es hoy en día y en todo un símbolo de productos bien hechos. Los de nuestra generación no concebimos un producto Made in Japan de calidad inferior, si bien, como nos muestra la peli "Regreso al Futuro III", en los años 50 todo lo que tuviera ese sello era señal de catástrofe.

Y así llegamos al día de hoy, en el que la calidad no se encierra en laboratorios de calibración ni en fábricas tecnológicas, sino que se puede encontrar en cualquier servicio o producto concebible, desde el barrendero que arrastra con lo que vas tirando por la calle (so guarro) hasta el programa espacial de la ESA.

Y llegados a este punto dejo el tema en suspenso. En el próximo episodio os contaré cómo está la calidad hoy en día.

P.D. Gracias a Loreto del Río por la info, esto sólo ha sido Copy+Paste.

2 comentarios:

  1. La cosa va bien, pero como lo pides en el apartado de letras verdes de la izquierda, te lo digo:
    NO ESCRIBAS CON K!!!
    Hala, saludetes.

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