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10/2/10

Esta noche

Esta noche es tiempo de parar un poco. Decelerar el ritmo hasta que las notas se prolonguen indefinidamente, hasta el infinito, si lo pudiera tocar.

Pasamos por la vida sin pararnos a observarla, no dedicamos tiempo a la contemplación. Somos frenéticos y los mensajes se suceden sin parar, casi como una película en la que cada fotograma no fuese una imagen consecutiva a la anterior, sino que fuese otra distinta, una sucesión de claroscuros que provoca distorsión cerebral, un ruido raro, algo que las neuronas no son capaces de asimilar.

Nacemos y perecemos al ritmo con el que las imágenes se producen, discurren ante nuestros ojos. Estamos conectados a la vida como si ésta fuese un tren que nos llevase atados con una soga detrás. Este ritmo nos ahoga, y nos lleva. Y siempre decimos lo mismo: ¿Otro año más? Joder, cómo pasa el tiempo.

Coño, ya me gustaría disfrutar quedándome quieto. Pero eso es imposible, porque mi mente tiende abajo. Es como si debajo de mi cerebro, tal vez donde está el bulbo raquídeo o la médula espinal, hubiese un maldito agujero negro, que cada vez que dejo de bordear con un movimiento de translación, tirase de él. ¿Lo habéis sentido alguna vez? Sí, tal vez, algo así.

Esta noche me gusta, la niebla se arrastra por el suelo y se condensa en gotas que flotan en el aire. No se ve nada, más allá. Todo es quietud. Los edificios se perfilan entre las nubes rojas, serenos, como columnas de ruinas griegas. Sí, es una buena forma de acabar un día en el que no he contemplado casi nada bello. O más bien en que no me he parado a contemplar nada bello.

Está bien, parece como si el agujero negro hubiese retado las leyes de la Gravitación Universal y se hubiese detenido. Tal vez se haya consumido, tal vez paradójicamente esté vacío.

Al llegar a casa mi cerebro corría en una suerte de maraña eléctrica, chispeaba como luces en un paisaje de luciérnagas. Sí, ahora está calmado. Voy a guardarlo en su sobre, como cuando guardas el portátil en el bolso para sacarlo al día siguiente. Algo así.

A ver mañana qué trae el día. Será frenético, y de nuevo no pararé a contemplar cosas bellas. He perdido esa costumbre, la de subir a lo alto de un monte y mirar a lo lejos, os aseguro que no podría vivir en una zona de llanuras infinitas, me hace sentir pequeño, solitario.



Mientras, seguid esperando. Pronto diréis: ¿Ya se ha acabado febrero?

Y seguiréis desperdiciando cosas bellas.

1/2/10

No lo sé

No sé si la alegría engancha, pero la tristeza estoy seguro que sí.